Palabras silenciosas
- Matías Alba
- 15 jul 2018
- 1 Min. de lectura

Las miradas lo dijeron todo. Hablaron por sí solas.
Ese día fue el elegido por el destino o casualidad para el primer cruce.
Ella llegó y él no lo disimuló. Le clavó la mirada cual flecha elige hacerlo en el centro del blanco.
La respuesta no tardó en llegar.
Durante varias horas se repitió la ceremonia. Eran miradas perforadoras, atrevidas, cómplices.
Decían mucho. Decían todo. Se bajaban pero enseguida volvían a su lugar. O al lugar del otro.
Una conexión mágica. Se entendieron enseguida.
Se llamaban a gritos. Lo que los labios no se animaban a exclamar, lo hacían ellas.
Y así sucedió por largas horas, mediante un dialogo intenso y único.
No obstante, luego se repitió pero por muchas noches. En cada cita, el cruce de vistas era más intenso. Se transformó en necesario.
Obviamente, las miradas nunca dejaron de hablarse, de llamarse.
Y así fue, como se repitió esa maravillosa ceremonia, eternamente.

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